Richard Coleman en Vorterix: El caballero de la noche

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Un público compuesto por tres generaciones se acercó el pasado viernes al Teatro Vorterix para ver y escuchar a Richard Coleman tocar canciones de su último disco, Incandescente, y viejos clásicos de su carrera en Fricción y Los 7 Delfines, entre otras nostálgicas sorpresas.

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Foto: Sabrina Soricaro

 

A las 21:15 se abre el telón del Teatro Vorterix y Richard Coleman, de saco claro y lentes oscuros, comienza su set con “Incandescente”, canción que le da título a su celebrado último trabajo de estudio. Coleman abre sus brazos y se entrega desde el inicio a la gente. “Lo Que Nos Une” es lo que sigue, y los coros del tecladista y guitarrista Bodie Datino le aportan delicados matices a una voz de Richard que se anima a los agudos. Con “Perfecto Amor” sube el beat y el rey de la oscuridad se muestra vulnerable y queda poseído por la noche: “Ayer lloré cuando no estabas, parece que no siento nada, sin embargo, dolió”,  se confiesa ante todos.

¡Qué noche pop!”, exclama, y tiene razón. Pero es un pop peculiar, nebuloso, que cautiva al público con dulces guitarras e inciertos romances. “Se mueren de intriga”, le dice a la gente, que intuye que puede ser una velada especial. Toca “Turbio Elixir”, de Siberia Country Club, su primer disco solista y el que le sirvió para bautizar a su actual banda, el Transsiberian Express.

Coleman cambia de guitarra y sigue con “Prohibida”, tema que tiene el bajo de Daniel Castro, viejo compañero de Fricción, al frente e incesante. Una suave guitarra da paso a “Corre La Voz”, canción que parece crecer con cada golpe que Diego Cariola le da al ride. En “Normal” y “A Ciegas” Coleman, ya sin el saco y los lentes, la agita y salta sobrecargado por el poder de su Stratocaster blanca, mientras Datino aporta épica y dramatismo desde los teclados.

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Luego el primer gran momento del concierto con una versión krautrockera, y de ciertos toques a lo Pink Floyd, de “Computer World”, clásico de Kraftwerk. Coleman después queda solo y agarra la electroacústica para tocar un acorde que hace a todos estallar. Se trata de “Estoy Azulado”, canción que compuso junto a Gustavo Cerati y que aparece en Nada Personal, de Soda Stereo. Hermoso y emotivo instante se da cuando Coleman mira hacia arriba mientras canta “a tu lado” y luego cierra con un “Gracias, Gus”.

Vuelve la banda al escenario y Richard invita a Andrea Álvarez a sumarse para tocar una segunda batería en “Jamás” y “Héroes”, de Bowie. Coleman es el caballero de la noche que asesina las sombras y se convierte en un superhombre, ese del que habla el Duque Blanco. Álvarez le aporta mucha fuerza al show, se nota su pesado golpe de batería que se une al de Cariola. Coleman agarra el micrófono con sus dos manos y sube su voz hasta el techo para cantar, al unísono con la gente, que “todos podríamos ser héroes”.

Grita extasiado “¡Qué lindo!” y despide a Andrea. El riff inmediatamente reconocible de “Como La Música Lenta” hace su aparición y Coleman se adueña de una melodía imperante. El guitarrista Gonzalo Córdoba baila antes de que arremeta una versión muy enérgica de “Caravana”, otro tema compuesto por la dupla Cerati-Coleman.

Una sorpresa más de la noche es lo que sigue, una versión funky-experimental de “Arquitectura Moderna”, canción que aparece en Consumación o Consumo, disco de Fricción. Coleman aclara que hacía mucho tiempo que no la tocaban y que esta versión en particular no la pudieron grabar nunca, por lo tanto es casi un reestreno.

Se le pega “Durante La Demolición”, otro tema de Fricción, y la gente no para de bailar y corear las guitarras ochentonas de Coleman y Córdoba. “Tuyo”, de Los 7 Delfines, se convierte en el momento más rockero del show y los saltos del público aumentan la temperatura dentro del teatro. Todo cambia con “Hamacándote”, bellísima balada en el que cada instrumento está en su punto justo (un bajo oscilante y un teclado beatle son detalles de soberbia fineza), una de esas canciones perfectamente redondeadas destinadas a ser clásicas.

En “Fuego” Coleman y Córdoba se baten en un duelo de guitarras distorsionadas, se juntan en el borde del escenario y se ponen de cara a la gente. Richard toca la viola con los dientes para crear un instante perfectamente hendrixiano (aunque el fuego no aparezca literalmente).

Sólo quedan los bises. Primero Coleman sólo con su guitarra hace “Cuestión de Tiempo” y se genera un momento íntimo con las luces bajas. Luego vuelve el resto de la banda, con Andrea Álvarez también en escena, para cerrar con “Memoria”. Un final potente y arrollador, para que la gente los ovacione por un largo rato y no pare de aplaudir. El telón se cierra y las luces se prenden. Otro gran concierto de Richard Coleman, que demuestra estar en uno de sus mejores momentos con la compañía de una banda aceitadísima, un tren que no detiene su marcha.

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Texto: Nicolás Álvarez
Fotos: Sabrina Soricaro
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